martes, 19 de abril de 2011

Reflexión #5 - El club de música y jazz San Juan Evangelista, Bien de Interés Cultural

Ni siquiera la religión monopoliza el adjetivo “sagrado”. Lo dice muy claro la Real Academia Española en su cuarta acepción del término: “Digno de veneración y respeto”. Ni que decir tiene que el Club de música y jazz San Juan Evangelista (el Johnny) se ganó esa categoría por méritos propios hace ya bastante tiempo.

Hay quien cree que el Johnny es un auditorio de arte y ensayo, de tendencias contemporáneas, de música para entendidos. La perspectiva que sólo el tiempo otorga demuestra que el arte ha prevalecido sobre el ensayo, que el equipo del San Juan Evangelista es visionario y siempre ha sabido apostar inteligentemente por los valores del futuro. Acompáñenme en un breve recorrido por la historia del club y lo comprenderán.

No hace falta saber mucho de jazz para valorar en su justa medida lo que ha pasado por el escenario del club. Integran la abultada nómina de artistas leyendas como los trompetistas Chet Baker, Dizzy Gillespie (el de la trompeta doblada) o Wynton Marsalis (actual director del neoyorquino Jazz at Lincoln Center), el vibrafonista Gary Burton (decano y posteriormente vicepresidente ejecutivo de la Berklee School of Music), las cantantes Astrud Gilberto (la que grabó la versión original de “La chica de Ipanema”) y Diana Krall, los saxofonistas Dexter Gordon (el de la oscarizada película Round Midnight), Ornette Coleman (el inventor del free jazz) y Paquito D’Rivera, los guitarristas John McLaughlin y John Scofield, los pianistas Chick Corea, McCoy Tyner (del grupo de John Coltrane) y Ahmad Jamal (inspiración de Miles Davis, ni más ni menos), los míticos baterías Max Roach, Art Blakey, Tony Williams y Roy Haynes (algunos llegaron a colaborar con la mismísima Billie Holiday), el contrabajista Dave Holland, el vocalista Bobby McFerrin (el del “Don’t Worry Be Happy”), los abanderados de la libre improvisación Art Ensemble Of Chicago, Cecil Taylor y Archie Shepp o los padres del nuevo jazz europeo Jan Garbarek y Esbjörn Svensson. También pisó sus tablas, por supuesto, lo más granado del jazz nacional, dando cabida a Tete Montoliú, Pedro Iturralde y los “nuevos flamencos” Jorge Pardo, Carles Benavent y Chano Domínguez.

El Johnny también ha sido (es) un templo del flamenco. Enrique Morente, José Mercé, Vicente Amigo, Manolo Sanlúcar, José Menese, Sordera, Felipe Campuzano, Carmen Linares, El Lebrijano y el mismísimo Camarón de la Isla entre muchos otros pasearon su duende por el Colegio Mayor. Si seguimos hablando de músicas de raíz, también se ha contado con el folk de Gwendal, Milladoiro, Oskorri o La Musgaña, la tradición cubana de Irakere o Bebo Valdés, la canción brasileña de Jayme Marques o Tania Maria y el blues de John Hammond. Y no olvidemos el habitual festival de gospel.

¿Algo más? Por supuesto: bandas, cantantes y cantautores de los que regalan sentimientos. Algunos apuestan por la belleza, otros por la melancolía. En algunos casos hablamos de agrupaciones muy valientes en tiempos muy difíciles. La lista estremece: Silvio Rodríguez, José Antonio Labordeta, Mercedes Sosa, Joaquín Sabina, Hilario Camacho, Carlos Cano, Guadalquivir, Jarcha, Mocedades, Triana, Luis Pastor, Javier Ruibal, Ana Belén, Víctor Manuel, El Gran Wyoming, Benito Lertxundi, Jorge Drexler, Javier Krahe.

Menciono a artistas históricos, pero el carácter profético de las programaciones del club no acaba aquí. Hace ya dos años que Esperanza Spalding subió al escenario del Johnny. Acaba de ser galardonada con el premio Grammy a mejor artista revelación. Hace apenas dos semanas pudimos disfrutar de la espectacular actuación de Trombone Shorty, joven cantante, trombonista y trompetista de Nueva Orleáns. Este verano ya figura en la programación de los grandes festivales europeos y estadounidenses, incluyendo el JazzBaltica alemán, el BluesFest de Londres, el italiano Umbría Jazz, nuestro Festival de Jazz de Vitoria y el mítico Newport Jazz Festival en Rhode Island (Estados Unidos).

Revisen, por favor, la compilación. Muchos de estos artistas han copado grandes escenarios internacionales en el marco de festivales masivos. Muchos se han convertido en estrellas de talla mundial. Todos ellos pasaron por este humilde Colegio Mayor. ¿No es grandioso disfrutar en Madrid, en España, de semejante institución? Hay que estar ciego para no verlo.

Se rumorea que el San Juan está pasando por una situación delicada. Se habla de falta de patrocinadores y, muchísimo peor, de falta de apoyo institucional. En el cartel del reciente Festival Jazz es Primavera los logotipos brillaban por su ausencia. ¿Queremos que este país siga a la cola de Europa en materia cultural? ¿Queremos que esta ciudad sea un hazmerreír artístico en comparación con Londres, Amsterdam o Berlín? ¿Queremos perder lo que con tanta pasión, cariño y esfuerzo desinteresado se ha construido a lo largo de cuatro décadas? A principios de los años setenta el Johnny fue capaz de lidiar con la censura franquista, imponiendo la Cultura con una actitud pasiva y silenciosa, nunca resignada. Se ha sabido sacar partido a los escasos activos con que se ha contado, adaptándose continuamente a los tiempos que corren. Sería muy triste que la historia del club (ya integrada en la Historia con mayúsculas) acabase debido a la falta de interés por parte de las entidades, a la falta de mecenazgo, a la falta de subvenciones estatales, autonómicas y locales.

Esperemos que no sea para tanto. Confiemos en el buen hacer de nuestra Administración y en el aplastante sentido común. El Johnny es sagrado. El Johnny es un Bien de Interés Cultural. Sólo falta que le pongan el sello.

martes, 5 de abril de 2011

Reflexión #4 - La cultura no debe ser gratuita

Subvencionada. No muy cara. Pero nunca gratuita. El desembolso económico, por mínimo que sea, establece un vínculo de respeto entre el artista (o artesano) y el espectador. Sin dicho desembolso se pierde el respeto. Lo hemos visto en innumerables conciertos gratuitos en fundaciones, centros culturales e inauguraciones de festivales. El espectador pierde la atención, juzga sin evaluar, desprecia lo que sucede en el escenario, y desprecia al resto de espectadores. Entre todos crean una masa informe y descerebrada, apología de una incultura tan intensa que apenas podría aspirar a mediocre.

Sin ese vínculo de respeto florece la mala educación, sin él la observación no es un acto voluntario, sino una inconsciente peregrinación a donde va la mayoría. Injusto para el músico. Injusto para el público (el de verdad).

No podemos convertir el jazz en música de fondo, al igual que no podemos permitir el paso a un museo a transeúntes que se cobijan de la lluvia.

No debemos acercar la cultura a quien no muestra la más mínima inquietud. La cultura no debe ser gratuita.