martes, 15 de diciembre de 2015

Jazznécdota #75 - El humor no viaja

Como se suele decir, el humor no viaja. Hace tres años fui víctima de un malentendido cultural que me sigue avergonzando en la actualidad. Ocurrió en un community garden de Manhattan, uno de esos jardines en mitad de la gran manzana preservados para el cuidado y disfrute del vecindario. Los ciudadanos llevaban a cabo trabajos de jardinería, conservaban el espacio y quedaban allí para cenar y tomar unas cervezas. En esta ocasión, además, contrataron un grupo de jazz, y allí estaba yo bajo eléctrico en mano. Hacía buen tiempo y la música sonó de maravilla.

En esto que, una vez acabado el concierto, había un niño que no paraba de molestar a los presentes. Corría, saltaba, chocaba con la gente y hasta pellizcaba el trasero de las mujeres ante la pasividad de sus padres. Los que allí se congregaban intentaban utilizar la ironía para, de forma educada, hacer ver a sus progenitores que debían hacerse cargo de su hijo. "Vaya diablillo", "Ay, no se está quieto", "Aquí viene otra vez". Estas y otras expresiones similares no causaban ningún efecto en la pareja.

En ese instante el pequeño me golpeó en la cintura, a la altura de un bolsillo de mis pantalones. Creyendo acuñar un comentario ingenioso, no se me ocurrió otra cosa que decir: "Oh, my wallet!" (¡Oh, mi billetera!). Tan solo quise llamar la atención sobre el comportamiento bárbaro del niño; en ningún momento quise implicar que fuera un ladrón. Pero pasé por alto un detalle crucial: era afroamericano. Y cierta parte de la población blanca estadounidense tilda a los afroamericanos de ladrones, estereotipo contra el que llevan décadas luchando. Como europeo amante del jazz siempre he profesado una profunda admiración por los negros norteamericanos, y jamás se me hubiera ocurrido implicar esa connotación, pero en el momento no caí. No pude haber sido más desafortunado. A mi comentario siguió otro del padre: "We don't do that!" (Nosotros no hacemos esas cosas). Como quiera que en el momento no me di cuenta de lo que estaba ocurriendo, ni entendí la reacción de los presentes, continué disfrutando del jardín hasta que, llegado el momento de irme, me despedí educadamente de todos, incluido el padre. Una vez en la calle, una amiga me explicó lo sucedido con contundencia: "Has venido a Nueva York con mucho conocimiento de la lengua pero muy poco de la sociedad".

Queridos lectores, no sean tan torpes como yo y recuerden que el humor no viaja.

martes, 17 de noviembre de 2015

Jazznécdota #74 - El menú

Aunque uno crea estar curado de espanto, siempre hay vivencias que superan a todas las anteriores. Las amenizaciones de bodas son fuente de anécdotas varias. Como ya se ha comentado en este medio, a veces los responsables tratan a los músicos con desprecio y altivez. Un verano en un pueblo de Toledo tuvimos que tocar durante un largo período de tiempo, yendo a montar el equipo a última hora de la tarde y abandonando el lugar bien entrada la madrugada. Dado que el salón se encontraba en mitad de la carretera y además no queríamos abandonar nuestros instrumentos, pedimos con antelación a la madre de la novia, quien nos había contratado, que hubiese algo de cenar para los músicos. En ningún caso queríamos degustar las mismas exquisiteces que el resto de los invitados. Nos hubiera bastado con un pincho, algo para picar durante las innumerables horas que iba a durar el evento. No esperábamos gran cosa, pero desde luego nos costó creer la respuesta de la señora: "Si queréis cenar el menú son 7,35 euros por músico. Os lo descuento de la paga". 

Llevamos comida de casa.

martes, 13 de octubre de 2015

Jazznécdota #73 - Solidaridad

¿Cuál es la peor parte de un concierto? A dicha pregunta la inmensa mayoría de los músicos responderán con rotundidad: el montaje y desmontaje del equipo. Es una tarea lenta y repetitiva, implica el desarrollo de pequeños planes logísticos y a veces es físicamente pesada. Por fortuna los músicos suelen ayudarse entre ellos. Mientras uno aparca otros descargan, los amplificadores voluminosos se mueven entre dos personas, si el bajista ya ha organizado sus cosas, lo habitual es que ayude al batería a cargar sus enseres... O así debería ser. A veces la solidaridad brilla por su ausencia, no se sabe si por malicia o por ignorancia. 

Hace unos años toqué con una cantante que no tenía equipo, aparte de su micrófono. Como el lugar donde actuábamos (un centro comercial) no disponía de sistema de audio, el pianista ofreció su mesa de sonido y sus propias pantallas de amplificación. De hecho, para que el sonido no se quedara corto, llevó más equipo del que él hubiera necesitado. Como fuimos los primeros en llegar, le ayudé a cargar y organizar todos los bultos. Una vez probados los instrumentos nos dispusimos a tomar algo en el bar de enfrente. Allí nos encontramos con la cantante del grupo que, esbozando una sonrisa, nos dijo: "Llevo aquí un buen rato. Os he visto llegar, pero no quería molestaros mientras montabais".

martes, 15 de septiembre de 2015

Jazznécdota #72 - Por no tocar

Los músicos de jazz estamos acostumbrados a actuar en todo tipo de eventos, algunos de ellos inverosímiles. No obstante la palma se la lleva un trombonista cuyo cometido consistió en amenizar un festival erótico. Obviamente, mientras los músicos tocaban los actores llevaban a cabo el trabajo propio de su sector laboral en riguroso directo. Lo más bizarro de la ocasión no fue compartir escenario con los profesionales, sino tocar frente a los miembros del público que se habían presentado al concurso de tamaño del otro miembro, el viril. Mientras la banda seguía a lo suyo los concursantes, de espaldas al resto del respetable (de cara, por tanto, a los músicos), se esforzaban por agrandar su masculinidad. Insuperable.