Hace año y medio, tras actuar en un pequeño y encantador club del centro de Madrid, el dueño me pagó la actuación. Como me pareció bastante grosero repartir el dinero a los músicos en la barra, delante de la gente, insté a mis compañeros a ocupar el espacio del escenario, resguardado al fondo del local en una zona invisible desde la barra y desierta en ese instante.
No conté con la cámara de televisión que ofrece los conciertos al público de la barra, que seguía encendida y que, impertérrita, retransmitió en directo nuestro reparto monetario a todos los presentes.
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