Admitámoslo: para mucha gente la música es totalmente secundaria. Hace un par de años, amenizando una boda que dio para mucho (ver Jazznécdota #13), el novio nos instó a finalizar nuestra actuación una vez acabado el cóctel y con los invitados dirigiéndose al salón de celebraciones. Intentamos acabar el tema que estábamos interpretando, pero el flamante esposo se acercó al pianista para felicitarle por la actuación, sujetándole del brazo derecho en mitad de su solo. Profesional como pocos, consiguió tocar una cadencia final con su mano izquierda.
Peor le fue a un amigo guitarrista en un evento a su nombre en otra localidad castellano-manchega. La directora del centro cultural esperaba ansiosa a su hija, que volvía de viaje. Una vez apareció, su madre apagó las luces del centro cultural y, en plena actuación, dio por finalizado el concierto.
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