A lo largo de los últimos años he actuado ocasionalmente en un restaurante cuyo encargado trataba a los músicos con desprecio. Le molestaba que estuviéramos en las mesas, que ocupáramos en la barra el espacio de potenciales clientes e, incluso, que le pidiésemos una cerveza. A pesar de tratarse de un restaurante, rara vez nos ofrecía algo de comer. Éramos un estorbo que no requería su atención.
Hace unos días pude comprobar hasta qué punto nos ignoraba. Tras muchos años luciendo una larga coleta, el pasado verano decidí cortarme el pelo y lucir una pequeña barba, alterando mi imagen notablemente. Un día me presenté en el susodicho restaurante, pero no en calidad de músico, sino de cliente de pago. El encargado no me reconoció. Tratándome de "señor", me ofreció una buena mesa, me dispensó un trato distinguido y no escatimó en atenciones. Por supuesto no le dije quién era. Ya lo descubrirá la próxima vez que actúe allí.
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