Mis últimos viajes han incluído dos ciudades, Estambul y México D.F., que rebosan música. Se escucha en infinidad de bares, pubs, restaurantes y otro tipo de locales. Cantautores, teclistas y cantantes, bandas folclóricas, grupos de jazz... En estas dos urbes un músico puede pasar gran parte del día tocando, sumando experiencia e incluso ganando algo de dinero.
Es inevitable comparar ambas situaciones con las de mi Madrid natal, donde las regulaciones municipales han sumido a la profesión en una especie de clandestinidad. Encontrar un lugar donde poder expresarse es cada vez más difícil, y la reciente oleada de cierres de locales (a destacar Colonial Norte y Bogui Jazz) en base a una legislación represiva, absurda y pésimamente gestionada ha ejercido un efecto de amenaza hacia los propietarios de recintos, cada vez más reacios a dar cabida a semejantes eventos.
Si inevitable es comparar las situaciones, también lo es comparar a los intérpretes. Me asombra sobremanera observar a los músicos mexicanos que actúan por los restaurantes. En muchos casos no ofrecen una técnica depurada, cantidad de recursos ni un gran nivel armónico, pero se desenvuelven con extrema naturalidad, con muchas tablas, con oficio. ¿Cómo vamos a tener oficio en Madrid si no podemos ejercerlo?
Lo único que ejercemos, de momento, es una resistencia pasiva en forma de paciencia. Tarde o temprano la situación cambiará, o eso queremos creer. La solución, de entrada, y por poco creíble que parezca, en las urnas.