Hace poco me hablaron de un par de conciertos de club suspendidos por falta de público. Mi récord personal fue tan triste como surrealista. Ocurrió el sábado 3 de julio de 2010, actuando a dúo en un pequeño café madrileño cercano a la Plaza Mayor. Fue la noche en que España venció a Paraguay en los cuartos de final del mundial de Sudáfrica, que acabó ganando nuestra selección nacional; y coincidió con la celebración del Día del Orgullo Gay. Madrid tenía cosas más importantes que hacer que verme tocar.
Incluso en esas condiciones conseguimos contar con la nada desdeñable cifra de dos espectadores, que por momentos fueron tres: en mitad del concierto (un íntimo recital de boleros y canciones latinas) una señora entró al local atendiendo una llamada telefónica a voces. Ni corta ni perezosa se sentó en una de las banquetas y continuó hablando hasta el final de la conversación, tras la que abandonó el local.
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